GRATITUD

(OPINIÓN)

Por Verónica de Haro / Foto:

 Los terremotos de Lorca me sorprendieron en Londres, donde residía ese curso como profesora visitante de la universidad de Roehampton. Ajena por completo al desastre, aquella tarde salía del Instituto Cervantes, en cuya biblioteca acostumbraba trabajar algunas tardes, cuando la llamada de una amiga, desde la redacción de El País, me heló el corazón: “Dime que los tuyos están bien. Los terremotos han sido muy fuertes. Las imágenes son tremendas”. Durante algunos segundos quedé inmóvil en mitad de un paso de peatones. No me di cuenta de lo inoportuno del lugar hasta que sonaron los cláxones de los coches. No podía creerlo. Esa misma mañana, otro amigo me había comentado la extraña sensación que se percibía en la città eterna a causa de una profecía que vaticinaba un gran temblor en Roma.

En los minutos siguientes, mientras telefoneaba sin éxito a mis padres, compañeros de la universidad de Murcia se apresuraban a brindarme ayuda para localizar a los míos. No sé cuántos números llegué a darles. Alguien respondería y diría que todos estaban bien. Pero nadie atendía las llamadas. Era imposible contactar. La red de telefonía había colapsado. Al tiempo que apresuraba mis pasos camino de la residencia, desde el móvil comprobaba con desolación que la noticia abría las ediciones digitales de los periódicos regionales y nacionales. Incluso la BBC ofrecía breaking news sobre los sismos que habían sacudido mi Lorca del alma. Cuando llegué a mi cuarto y prendí el televisor, el desconsuelo se apoderó de mí al ver las primeras imágenes en directo a través del canal internacional de TVE. Se comentaba que la evacuación de la población tras el primer temblor –eran las cinco de la tardelas cinco en sombra de la tarde…– evitó que el segundo, muy fuerte, causara mayor devastación poco antes de las siete y que el BIEM III de la Unidad Militar de Emergencias ya se movilizaba desde Bétera. Las continuas réplicas obligaban a millares de paisanos a pasar la noche al raso. Valoraciones preliminares anunciaban nueve víctimas mortales, centenares de heridos de diversa consideración y miles de damnificados.

No hay palabras que puedan describir la incertidumbre de aquellas horas. La intuición de que los seísmos nos cambiarían para siempre mutaba en certeza a medida que transcurrían los minutos y se confirmaba la magnitud de la catástrofe. La huella que los terremotos dejarían en la ciudad y entre los lorquinos, se percibía abisal. Jamás olvidaré la sensibilidad y el afecto de los compañeros de la residencia y de tantos amigos repartidos por medio mundo que se interesaron por Lorca y los míos aquella noche de inmensa zozobra. Entrada la madrugada, al fin, noticias de mis padres. Afortunadamente, familiares y amigos estaban bien. Sentí, como nunca antes, que la alegría y el anhelo de abrazarles eran la vida, no más.

Al día siguiente, no logré reunir el ánimo suficiente para asistir a la reunión mensual del Club Taurino de Londres, a la que no había faltado en los últimos meses. Pero Martin Schwitzner, Randi Weaver y el resto de la formidable cuadrilla taurina de la ciudad del Támesis fueron los primeros a quienes participé una noticia que desbordó mi maltrecha emoción: la inmediata organización del festival taurino que, a las pocas horas, José María Manzanares anunció en Twitter.

Lorca –de suelo grato y castillos encumbrados, espada contra malvados y del Reino segura llave, leyenda del escudo de la ciudad que Pepín Jiménez orló en la esclavina del capote que tantas tardes abrigó sus miedos– se había convertido en epicentro de solidaridad. Y la familia del toro demostraba, una vez más, su sempiterna voluntad de ayudar en la adversidad. Probablemente –pensé– nadie pueda comprender mejor que los toreros cómo las cicatrices enjutan el cuerpo y el espíritu… Que el cielo en un infierno cabe… Que la suerte y la muerte en segundos se libran…

En los días siguientes, visité una Lorca rota en el más amplio sentido del término. Las costuras de temblores pretéritos que alumbraron el esplendor barroco de la “Ciudad de los cien escudos” se habían desperezado de los libros de Historia. El camino de la recuperación sería largo. Sobreponerse a la añoranza, difícil. Pero solo cabía honrar con determinación y coraje a una tierra curtida –como su nombre (Lurqa)– en mil batallas y en la que azules y blancos, encarnados y morados, lorquinos y foráneos moramos con brocada pasión.

Durante el mes de junio ilusionaba conocer los detalles del festival que poco a poco trascendían. La recaudación se destinaría íntegramente a la Mesa Solidaria y la intención era celebrarlo tan pronto resultara posible para que la ayuda se materializase cuanto antes. A tenor de los ofrecimientos, bien podría haberse programado una feria. Manuel Díaz “El Cordobés”, Rivera Ordóñez, Rafaelillo, El Cid, Sebastián Castella, Miguel Ángel Perera, Cayetano o Paco Ureña (al igual que otros muchos toreros y ganaderos cuya lista sería imposible reproducir aquí) no pudieron participar a pesar de su manifiesta voluntad.

El festival taurino “Todos con Lorca” se celebró el 3 de julio en “La Condomina”, la plaza de la capital murciana propiedad de Ángel Bernal y la de mayor capacidad de toda la región. Los tendidos lucían abarrotados de público. Y (con bureles de Garcigrande, Victoriano del Río, Juan Pedro Domecq, Núñez del Cuvillo, El Torero, Jandilla, Daniel Ruiz y El Ventorrillo), Enrique Ponce, Pepín Liria, Morante de la Puebla, El Juli, El Fandi, José María Manzanares, Alejandro Talavante y el novillero lorquino Miguel Ángel Moreno –acompañados de sus cuadrillas– propiciaron una tarde de fiesta que fue un verdadero acontecimiento de principio a fin. La lidia que entre todos propinaron a “Zoletillo” (el noble sobrero de Espartaco premiado con el indulto) resultó memorable, como el prólogo a la faena de muleta que le instrumentó el maestro, quien –invitado por sus compañeros a salir (de paisano) al redondel– expresó proverbialmente, una vez más, en qué consiste torear*.

La desgracia de los terremotos de 2011 no vino sola. Al año siguiente, la riada de San Wenceslao causó dos víctimas mortales en el municipio y agravó el calamitoso estado general de la ciudad. La plaza de toros, apuntalada como tantos otros edificios a la espera de rehabilitación, sufrió nuevos daños –a los que se sumarían posteriores agravios– que amenazaron con quebrar su historia para siempre.

Cuando este año conmemoramos el décimo aniversario de los terremotos con profundo dolor en recuerdo de las víctimas parece, sin embargo, que nada hubiese ocurrido al contemplar la casi total recuperación de la “Ciudad del Sol”. Nos embarga entonces el legítimo orgullo de haber nacido en una tierra magnánima que ha recobrado la alegría y belleza de antaño con valor, dignidad y esfuerzo. Pero también gracias a la generosidad de cuantos nos han ayudado a levantarnos de nuevo con ilusión.

Se cumple una década del festival “Todos con Lorca” y mi recuerdo recala estos días, inevitablemente, en la familia taurina porque la efeméride nos brinda la oportunidad de evocar su solidaridad aquel tres de julio de 2011 y la ocasión de agradecer la amabilidad de los ganaderos, toreros y periodistas taurinos que han respondido a la llamada de nuestro Club Taurino, presidido con denuedo por Juan Coronel, para participar en cuantas actividades han procurado sostener la afición y la esperanza por recuperar el coso de Sutullena todos estos años. Cómo olvidar también la generosidad de cuantos cedieron sus más preciados paños a la exposición “De seda y oro, plata, óleo o azabache… capotes con historia” que tuve el honor de comisariar en el Museo Azul de la Semana Santa el año del 125 aniversario de nuestra aún maltrecha plaza de toros…

Al fin y al cabo, la memoria es potencia del alma y en ella anidan pasiones y gratitud. La misma que hoy aflora sublimada.

 * Para contribuir a inmortalizar la munificencia del mundo del toro con Lorca y seguir ayudando a la ciudad, editamos el libro solidario ‘Historia de un festival para la Historia’ (Editum, 2012), cuyas ventas se destinan íntegramente a la Mesa Solidaria. Encuadernado en tela-capote y con prólogo de Nacho Lloret, cuenta la intrahistoria del festival y contiene el originalísimo cartel diseñado por Juan Iranzo, una amplia galería fotográfica de Joserra Lozano, las crónicas publicadas y un dvd resumen de la retransmisión televisiva de 7RM gracias a la generosidad de los toreros, que volvieron a ceder sus derechos de imagen para la ocasión.



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