HAY DÍAS QUE DESPUÉS DE MORANTE NO SE PUEDE TOREAR

(JEREZ DE LA FRONTERA)

Nueva antología capotera de Morante e inmensa faena a un encastado toro de Juan Pedro. Cortó tres orejas y a Manzanares le dieron las dos de un superclase premiado con la vuelta al ruedo.

Por Álvaro Acevedo / Foto: Agustin Arjona

Con nueve lances de capa y una media a pies juntos abrochada en la cintura anunció su presencia el genio de la Puebla, y aunque todos fueron hondos y gitanos, con ese compás del que lo lleva dentro, a partir del sexto Morante pareció fundirse con el toro mientras la plaza ya vibraba de locura. Embrujados por el más inconmensurable intérprete que haya tenido nunca el arte de torear, la tarde podría haber acabado allí mismo que no hubiera pasado nada, pero aquellas verónicas que caían lentas como lágrimas, no eran sino el inicio de la catarsis. La faena fue medida, limpia y justa, la que demandaba un toro de poco gas. Con un volapié impecable entregó el maestro el toro a las mulillas, y paseó la oreja que precedió a la apoteosis.

Porque el cuarto, bravo pero también fiero, el más encastado de la tarde, llegó al último tercio pidiendo guerra, y Morante lo partió por arriba con ayudados cargando la suerte. Luego se quedó muy quieto y terminó de someterlo, pero ahora por debajo de la pala del pitón en redondos y naturales profundos pero también gráciles, imponiendo José Antonio su mando pero brotando el toreo sin esfuerzo, casi como un milagro. El público rugía de emoción porque hallaban en aquella maravilla la hondura y el valor, el temple y el conocimiento, la gracia y el clasicismo. Y también la inspiración, como en aquella tanda en redondo que tuvo que resolver sacándole la muleta al toro por el pitón contrario, de tanto que apretaba el bravo, y al volverse el animal buscando al torero, éste lo frenó en seco con un toque de latiguillo en la oreja. Quedó absorto el público y aturdido el toro, y entonces lo crujió por naturales y después, ya en la cumbre de aquella faena bravía, arrejuntó otro puñado de redondos con el juampedro comiéndose la muleta y Morante, con mucho arte y con mucha verdad, exprimiendo su bravura con el ajuste y la pureza del que sabe torear y además tiene el valor para hacerlo. Abrochó la tanda con un pase de la firma y un molinete garboso, y antes de coger la espada, más muletazos por la diestra y otro puñado de adornos que prepararon al toro para la hora de la verdad. Murió el bravo donde tenía que morir, en los medios de la plaza, y sonaron para Morante las palmas por bulerías.

Como yo no apunto nada y ya tengo una edad, de lo demás yo ahora mismo no me acuerdo bien. Creo que unas chicuelinas preciosas de Pablo Aguado en su primer toro, que se paró; y sus ganas de agradar frente al sobrero, que tampoco le valió. Y un gran lote de toros para Manzanares, uno bueno y el otro mejor. No se entendió con su primero y sólo de forma esporádica con el quinto, al que toreó con cierta elegancia pero muy encorsetado. Es cierto que dibujó varios lances despaciosos y unos naturales, ya al final de su desigual faena, lentísimos y muy en redondo, y que a este toro lo mató de un tremendo espadazo, pero a mí no me gustó Manzanares. Yo creo que no fue ni por su culpa ni por la mía. Hay días que después de Morante no se puede torear.

 



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