SIETE AÑOS DESPUÉS
(SEVILLA)
Oreja para Manzanares y música para el toreo a la verónica de Juan Ortega, que debuta en Sevilla siete años después de su alternativa.
Por Álvaro Acevedo / Foto: Arjona-Toromedia
Avezados observadores se lamentaban, pasadas las 6 de la tarde, de la cantidad de gente que se fue a la playa, o al Betis o a tomarse un combinado en cualquier terraza sevillana, en detrimento del aspecto de la plaza, bonito porque la plaza es bonita, pero triste por lo vacío de los tendidos. La culpa parece ser que era de Juan Ortega, que hace triplete en Sevilla con tendidos a 100 euritos cada tarde. De Manzanares, que es figura del toreo, no. Y de El Fandi, que no es que no lleve gente a la Maestranza, sino que además quita, tampoco. La culpa por lo visto era del debutante porque un aficionado -como no le gusta tirar el dinero- pues a lo mejor prefiere verlo con Morante o con Roca Rey que con El Fandi, que además la televisan. Pero bueno oye, que lo mismo es una figuración mía…
Antes de su aparición capotera -ya os avanzo que gloriosa- y también después, El Fandi había desaprovechado un buen lote de toros, suave el primero y más encastado el cuarto. Al jandilla que abrió plaza le dio un par de tandas aceptables con la izquierda y con el otro se salió muy bien a los medios en los muletazos de inicio. Sus faenas fueron correctas pero tan tosco, con tan poca torería, con esa muleta que es un telón y con esos años, uno detrás de otro, viniendo por narices a la Maestranza porque lo lleva Matilla, la gente es que ya está muy cansada, y de todo lo que hace apenas cuatro cosas tienen eco. Fandila hizo lo que estuvo en su mano, que fue banderillear con facultades, lidiar con profesionalidad a su lote y matarlo con eficacia. Y el año que viene volverá a suceder lo mismo.
Pasa un poco como con lo de Manzanares y «Cielo andaluz», que sabemos que ningún año falla. Esta vez la diferencia es que se ha puesto sieso el de la música. O sea, hemos pasado de no cortar el pasodoble ni en un desarme, a interrumpirlo sin motivo aparente. Eso antes arruinaba una faena, pero ahora el público es tan agradable, tan generoso y tan permisivo que da lo mismo: con una faenita aseada y una estocada arriba, caen las orejas como chinches. El primer toro de José María era bravo, pero como lo picó bien Chocolate se atemperó y llegó a la muleta con buenas arrancadas. El alicantino lo pasó en varias series con ambas manos un poco en su línea habitual, o sea, más defensivos los primeros pases de cada tanda para ir ajustándose después. El pase bueno es el tercero, el cuarto acaba por arriba para aliviar al toro y dejarlo colocado para el de pecho. O sea, Manzanares anduvo bien con el toro, ligó los pases, le aplaudieron, mató de forma inapelable y le dieron una oreja. Sin clamor.
Me gustó más en el quinto por su empeño y por sentido de la responsabilidad. El de Jandilla era altísimo (ninguna corrida en Sevilla sin su correspondiente trío de jirafas) y embistió molestando, siempre rebrincado, pegando cabezazos -eso que ahora le llaman «soltando la cara»- y, en ocasiones, venciéndose muy por dentro. Pese a todo ello Manzanares le pegó una barbaridad de pases haciendo un esfuerzo encomiable, y además lo mató por arriba de un gran volapié.
Si El Fandi tuvo dos buenos toros y Manzanares, uno, Juan Ortega se llevó el lote de menos opciones, porque el primero se puso enseguida a la defensiva y el otro, tardo y brusco, tenía media arrancada. Fueron dos toros deslucidos pero cuando un torero tiene la moneda es muy difícil que no pase nada, por poco que sea, para que merezcan la pena esos 100 euritos del boleto. Siete lances -uno por año en los que ha estado esperando para debutar en Sevilla- le pegó Juan Ortega al primero de la tarde. Y lo hizo con con un clasicismo, con un ajuste, con una pureza y con una categoría, que cuando remató aquel ramillete de locura con una media enroscada oliendo a Belmonte, sonó la música en su honor. Dos lances tengo metidos en el sentío recogiendo el toro en el vuelo, trayéndoselo con compás, cayendo el capote lento, deteniéndolo en el embroque y deslizándolo luego sin levantar las manos. Un galleo por chicuelinas con ese ángel de por aquí abajo, y un salirse para afuera bailando por bulerías con la muleta a una mano, prolongaron el misterio y luego el toro no quiso.
Siete años para esto, más de trescientas semanas, más de mil quinientos días con sus noches y mañanas. Para el viernes por la tarde ya lo esperan en Sevilla y al otro lado del río, que es la gente de Triana.
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