DOS VALIENTES, DOS AMIGOS

ENRIQUE ROMERO - DOS VALIENTES, DOS AMIGOS

(OPINIÓN)

Por Álvaro Acevedo

Alejada de los focos, la cara oculta del toreo conserva historias hermosas; tan hermosas que quizá estén condenadas al fracaso. Este perro andaluz ha observado con una sonrisa melancólica el glamour de la Feria de Olivenza, aquella idea genial de Pepe Cutiño que, pasado el tiempo y desembarcados los trasatlánticos del negocio, no digo yo que vaya a morir de éxito, pero sí que ha perdido el toque romántico que le daba aquel emprendedor a pecho descubierto.

Muy cerca de esa ciudad bella e indecisa, de una tierra que a veces no sabe si es España o Portugal, dos aventureros libran una batalla contra el destino y nadie, salvo la vida misma, será capaz de detenerles. Cuando Paco Ruiz conoció a aquel principiante llamado Tomás Angulo ya andaba en silla de ruedas por el mundo, pero toreó Angulo tan requetebién a aquel becerrote de su debut, que Paquito empezó a llevarlo a tentaderos y terminó por apoderarlo.

Luego, el debut de novillero, los triunfos en la Maestranza y Las Ventas, más tarde la alternativa, después el olvido y, siempre, la fe como única bandera, pero no una fe religiosa a la espera del milagro, sino la que emana de la propia determinación, la de dos hombres que han dormido en jardines públicos y que han cruzado España ante la llamada de un taurino que, después, les hizo saber por boca de la sirvienta que no podía recibirles.

No sé a dónde llegarán uno llamando a puertas que no contestan y el otro pegando naturales, como aquellos al torazo de Cuadri el año pasado en la Copa Chenel. No sé si un día le confirmarán la alternativa en Madrid, ni si merecerá el glamour de Olivenza este hombre que, además de torear de salón, cuida cerdos en una finca cercana a su casa de Llerena; este torero al que apodera una sonrisa en silla de ruedas. Pero de lo que sí estoy convencido es de que, cuando se miren el uno al otro en los días más fríos, apretarán los dientes y tirarán hacia delante, porque uno es el ejemplo del otro y viceversa. Y porque la amistad, como el amor verdadero, nunca espera nada a cambio.



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